sábado, 2 de marzo de 2019

Picasso y Olga Khoklova.

«Ah, los caballos… Son las mujeres de mi vida». Picasso lanzaba la confesión en voz alta durante una corrida de toros a mediados de los años 50, en presencia de su biógrafo John Richardson, mientras observaba cómo la cuadrilla retiraba al animal abierto en canal después de la suerte de varas. Caballos muertos a manos de un minotauro, convertido ya en alter ego del artista. La escena se repite en grabados, lienzos y dibujos realizados a partir de la década de 1930. «La peor época de mi vida», diría Picasso, que vuelve una y otra vez a la imagen del caballo atacado y herido por el toro. Ese toro-minotauro es el propio Picasso. Ese caballo es realidad una yegua: es Olga Khokhlova.



La historia del arte ha reservado para Khokhlova el papel de compañera sumisa y doliente; de primera esposa y madre de Paulo, primogénito del artista; de amante ensimismada que vivió junto a Picasso el ascenso desde la bohemia de Montmartre hasta los castillos en la Costa Azul; incluso, parte de la crítica la ha señalado con el dedo durante décadas como la responsable de que Picasso abandonase la vanguardia para volver su mirada hacia la iconografía de Grecia y Roma. Así, la vida y la obra junto a Olga se identificaban con el llamado periodo neoclásico en Picasso. Pero la realidad suele ser más compleja. Lo muestra –y demuestra– 'Olga Picasso', la exposición inaugurada ayer en el Museo Picasso Málaga (MPM) como quien cierra una vieja herida.



En pocas ocasiones como esta el MPM hace valer su sobrenombre de 'museo de la familia'. Porque en el origen de 'Olga Picasso' surge el empeño de su nieto, Bernard Ruiz-Picasso, hijo de aquel Paulo, mecenas de la pinacoteca y presidente de su Consejo Rector. Suyo es el empeño de arrojar luz sobre una mujer que hasta este proyecto supuso un enigma incluso para él.



«Falleció en 1955, unos años antes de nacer yo, así que no llegué a conocerla. Para mí fue una abuela 'misteriosa', porque mi padre raras veces hablaba de ella», recuerda Ruiz-Picasso en uno de los textos del catálogo de la muestra. El escrito se titula 'El baúl de Olga' y es justo ahí donde comienza esta historia, en la maleta de viaje heredada de su padre, cuyo contenido se ha analizado durante más de una década para sentar las bases de esta exposición.



En aquel baúl, ahora colocado en el primer recodo de la muestra, encontraron más de 600 cartas y fotografías recibidas por Olga entre 1919 y 1933. Pero encontraron, sobre todo, una historia: la de aquella bailarina de los Ballets Rusos que conoció a Picasso en Roma justo el mismo año que su país empezaba a desangrarse por una guerra civil, la mujer que vivió el ascenso de su marido mientras su familia se hundía, la compañera que poco a poco fue confirmando su salida sin remedio de la vida del artista.

Y pese a todo, la nueva exposición del MPM no cae en la tentación de quedarse en el relato biográfico del artista y su mujer, en la epidermis sentimental de la alcoba. Muy al contrario, 'Olga Picasso' tiende puentes entre lo íntimo y lo artístico, entre lo personal y lo histórico, para ofrecer al cabo un intenso itinerario iconográfico que, para empezar, desmonta la identificación de la vida junto a Olga con ese supuesto periodo neoclásico en la producción del artista malagueño.

Más allá del clasicismo
Porque ahí está el cubismo cabal de 'Mujer con sombrero de plumas sentada en un sillón' y 'Bodegón sobre una mesa delante de una ventana abierta' (ambos fechados en 1919); el imponente dolor que traspasa el 'Gran desnudo sobre sillón rojo' (1929) en un escorzo casi surrealista aquí enfrentado a 'Mujer de sillón rojo' (1931); el colorido aire siniestro de 'La crucifixión' (1930) recreada dos años después en sendos dibujos con tinta china o la serie de esquemáticos bañistas y de acróbatas de circo pintados entre finales de los años 20 y principios de los 30.

Porque lo que 'Olga Picasso' plantea en el MPM hasta el próximo 2 de junio es un viaje de ida y vuelta entre la vida y el arte. El periplo parte de las representaciones clasicistas de una mujer ausente, traspasada por el dolor y la culpa ante el sufrimiento de su familia en Rusia; se eleva luego hacia las maternidades como tótems en tonos pastel y deviene hasta la presencia de una mujer como un manojo de sufrimiento, a manos de un artista que se ve y se pinta como víctima y verdugo. Un trasfondo incluso psicoanalítico que surge potente, casi febril, en la obras de aquellos años 30 en los que Olga Khokhlova dio paso a Marie Thérèse Walter y Françoise Gilot antes que de aparecieran en escena Dora Maar, primero, y Jacqueline Roque después.

Estrenada en el Museo Picasso de París y presentada luego en el Museo Pushkin de Moscú, 'Olga Picasso' recala en Málaga antes de pasar por CaixaForum Madrid. Brinda el proyecto el itinerario de «dos hijos de las migraciones culturales», como esgrimía ayer el director del MPM, José Lebrero para saludar la exposición que se asoma al periodo que va desde 1917 hasta 1936 y plantear en paralelo la historia de las metamorfosis artísticas de Olga junto a la historia de una «Europa de contradicciones».



Una nueva lectura
Así, 'Olga Picasso' se presenta como un proyecto con «varios niveles de interpretación», en palabras de Bernard Ruiz-Picasso, nieto de Olga y también comisario de la muestra. «Me toca mucho y me emociona mucho esta exposición, que es un proyecto que tomó muchos años», compartía Ruiz-Picasso antes de saludar la iniciativa que pretende «elevar la figura» de Khokhlova.  Una reivindicación planteada a través de 133 obras de Picasso y 218 objetos de archivo, como detallaba Lebrero, que junto a los también comisarios de la muestra Émilia Philippoty Joachin Pissarro destacó la «relectura» que la exposición ofrece del papel de Olga Khokhlova en la vida y la obra de Picasso.

Vida y otra entrelazados durante casi dos décadas marcadas por un amor devenido en incendio. Ya lo avisaban ellos mismos, en el juramento que idearon para su boda, celebrada el 12 de julio de 1918 y ahora mostrado en el MPM: «Los abajo firmantes, Olga Koklova (sic) y Pablo Picasso, vivir hasta la muerte en paz y amor. El que rompa este contrato será condenado a muerte». Y un siglo después, ese contrato se revisa en la ciudad natal de Picasso. Olga, por fin, sale del dolor a la luz.






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