sábado, 3 de octubre de 2015

3 de octubre de 1895, nacía Serguei Esenin

SERGUEI ESÉNIN

(1895-1925)

Hijo de campesinos, nació en la provincia de Ryazán. Asistió a los cursos de la Universidad Popular de Moscú, luego partió a San Petersburgo, donde publicó su primer libro de poemas en 1916.

Algunos poemas para nunca olvidar,



CESÓ DE HABLAR...
Cesó de hablar el bosque rubio
en su lenguaje alegre de abedul.
Las grullas que van pasando
por nadie sienten pesar.

¿Por quién sentir? Cada uno es un viajero:
llega, entra y de nuevo deja su hogar.
El cañamar y la luna sobre la charca azul
sueñan con los que ya no volverán.

Estoy solo, de pie ante la desnuda llanura;
el viento lleva las grullas a lo lejos;
estoy pensando en mi alegre juventud,
pero no me lamento de los tiempos idos.

No me lamento de los años disipados.
No lamento la blanca flor de mi alma.
En el jardín arde el fuego del serbal
sin dar calor a nadie ya.

No se quemarán los ramos del serbal.
No perecerá la hierba en la sequía.
Como un árbol que pierde sus hojas sin quejarse,
así dejo caer mis nostálgicas palabras.

Y si el viento de los años las dispersa
y las rastrilla todas en un montón inútil,
decid así: que el bosque rubio
cesó de hablar en su lenguaje tierno.
(1924)



LAS HOJAS CAEN...
Las hojas caen... Las hojas caen...
El viento gime lento y sordo...
¿Quién alegrará mi corazón?
¿Quién lo calmará, amigo mío?

Con párpados pesados
miro y miro la luna.
De nuevo cantan los gallos
en la quietud sombría.

El amanecer. Lo azul. Lo matinal.
Y de las estrellas fugaces la felicidad.
¿Formularme un deseo cualquiera?
Pero, no sé que desear.

Qué desear bajo la carga de la vida
maldiciendo mi destino y mi hogar.
Quisiera ver ahora una buena muchacha
bajo la ventana.

Muchacha de ojos azules
—sólo para mí; para nadie más—
que calme mi corazón
con palabras y sentimientos nuevos.

Que bajo esta blancura de luna,
aceptando mi suerte dichosa,
no sufra yo con la canción ajena,
y al ver en otros juventud alegre,
no me lamente de la mía jamás.
(1925)


ARDE, ESTRELLA MÍA...
Arde, estrella mía, no caigas.
Derrama tus rayos fríos.
Tras la muralla del cementerio
ya no late ningún corazón.

Luces con el agosto y el centeno
y llenas la quietud de los campos
con el temblor sollozante
de las grullas que aún no partieron.

Me alcanza viniendo de lejos,
quizás del bosque o del cerro,
otra vez aquella canción
de mi país, y de mi casa natal.

Y el otoño dorado
reduciendo la savia de los abedules
llora sus hojas sobre la arena
por todos los seres que amé.

Lo sé. Lo sé. Dentro de poco,
ni por mi culpa ni por la ajena
tendré que tenderme también
detrás de la negra muralla.

Se apagará la llama cariñosa
y se convertirá en polvo el corazón.
Los amigos pondrán una piedra gris
con una alegre inscripción.

Mas yo, pensando en la triste muerte
así la compondría para mí:
“Amó a su patria y a su suelo
como un borracho a su taberna”.
(1925)


HASTA LA VISTA...
Hasta la vista, amigo mío, hasta la vista.
Querido mío, estás en mi pecho.
La predestinada separación
promete una cita en el porvenir.

Hasta la vista, amigo mío, sin dar la mano, sin palabras.
No te afijas; no pongas tan triste el ceño.
En esta vida el morir no es cosa nueva;
pero el vivir —seguro— es menos novedad.
Escrito con la sangre de sus venas cortadas en la noche del suicidio,
27 de diciembre de 1925, en Leningrado
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